La biblioteca
de Arroyo tenía un pulpo gigante en el techo y un letrero muy grande y
cariñoso que ponía:
¡Bienvenida,
Camila!
Allí, una niña de rojo se cogió del
brazo de Carmen y decía que era Camila. Fue divertido encontrar una niña
que quería ser yo. En aquella biblioteca había
palabras en los libros, como en todas, pero un niño dijo que él
también las veía por el aire, saliendo de los libros. ¡Claro!, de ese
modo se puede explicar que yo viaje de un libro a otro. Algunas veces me
da la impresión de que los libros son mágicos. Hicimos juegos. Los
niños se convirtieron en diccionarios, después en periodistas y después nos despedimos y nos fuimos a
nuestras casas. Allí también hay libros que cuidar.
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