I

 


UN TABO

–Buenos días, Camila –dijo Víctor en voz baja y con la boca llena de pan–, trata de no poner a mamá nerviosa, y por favor Camila, recoge tus cosas.
Pero Doro oyó el cuchicheo:
–¿Qué tramáis a mis espaldas?
Y su voz sonó a metal húmedo porque estaba prácticamente tragada por la lavadora. Los dos se echaron a reír.
–Muy graciosos, muy graciosos –dijo Doro sin sacar la cabeza del artefacto lavador, como lo llamaba la abuela Adelaida.
–Mamá, ¿dónde está mi tabo? –preguntó Camila con cara de angelito.
La madre salió de la lavadora.
–¿Tu qué? –preguntó Doro presa de desasosiego.
–Mi tabo, mamá.
Y Camila se guardó la risa dentro del tazón de copos de maíz. Algunos salieron volando por el resoplido.

La niña observó divertida a sus padres. Se miraron entre ellos, luego la miraron a ella:
–¿De qué hablas Camila? –preguntó Víctor–, ¿acaso es algún trabajo para el cole?

El armario de Camila. Personaje
 

Camila no pudo aguantar más y soltó la carcajada con el consiguiente espurreo de leche. Decidió sacar a sus padres, ¡pobres adultos!, de aquella incertidumbre. Pero ya mamá estaba regañando:
–Camila, eso no se hace, tienes ya nueve años, mira como lo has puesto todo. Víctor, ¡dile algo, por favor!
–Veamos, Camila –dijo Víctor–, para empezar no se espurrea la comida, por supuesto ahora lo limpiarás todo y...
–Es que me ha entrado una risa –dijo Camila– que...
–¡No me interrumpas! –cortó Víctor–, ¿estamos?
Camila asintió con la cabeza.
–¿Y qué es eso del tabo?, ¿un trabajo sobre un animal exótico?
Camila negaba.
–¿Un mural sobre alguna máquina?
De nuevo Camila negaba con la cabeza y como veía que a su padre se le acababan los argumentos sobre trabajos para el cole, confesó:
–Yo sólo he preguntado por mi bota, mi otra bota, ¿recuerdas mamá? –Y enseñó el pie con zapatilla por debajo de la mesa.
–Vamos, Camila, yo he oído tabo, en cuanto a tu otra bota está allí –y la madre señaló con energía el verdulero.
Efectivamente, la niña vio como su bota se encontraba en la última cesta del verdulero rodeada de tomates rojos, lechugas verdes y apios floridos.
–¡Ah!, ¡qué bien!, por fin encuentro mi tabo, menos mal que no ha pasado la noche sola –dijo Camila mientras se levantaba para ir a cogerla–. Ha estado con sus amigos los tesmato, los nospipe y doña gachule y ellos la han cuidado.
–Pero ¿qué dice esta niña? –preguntó Víctor que en aquel momento se encontraba delante de la vitrina de los vasos.
–Papá, ¿tú sabes hablar con los muebles?
–¡¡Camila!!
–Está bien, yo sólo quería –dijo Camila con la mejor de sus expresiones– jugar con las palabras, con las cosas, ¿comprendes?
Pues no, por la cara que ponía Víctor se veía que no entendía nada.
–Sentaos un momento que os lo explique –dijo Camila.
Los padre se sentaron a pesar de que el tiempo se les echaba encima. De hecho, Víctor miró impaciente el reloj.
–No voy a tardar nada. Mirad, se cogen las palabras y se les da la vuelta, por eso la palabra «bo–ta» se convierte en «ta–bo», y así con todas.
–¡Ah! –exclamaron casi al unísono Doro y Víctor. Y sin salir de su asombro se levantaron para seguir la marcha del día una vez solucionada la crisis.
–Pues bien, señorita Camila –dijo Víctor–, como veo que ya has encontrado tu tabo, te la pones, recoges esto (señaló la mesa) y

¡NOS VAMOS!

«¡Uf!, esta palabra es de las que se hacen grandes así que... ¡Camila, a correr!»
Desde la puerta de la calle y mientras Víctor sacaba el coche del garaje, Camila gritó:
–Mami, ¿te ha gustado el juego?, luego si quieres seguimos. ¡Adiós, roDo!
Se oyó un buen portazo. Sin intención, claro. Lo cierto es que aquella mañana corría un viento fuerte y maleducado que pretendía culpar a las niñas de los portazos de las puertas, de la caída de los tendederos,...
–¡Camila! –oyó a través del blindaje de la puerta. Pero la niña estaba sentada ya dentro del coche y Víctor arrancaba a toda pastilla, eso sí, con prudencia.

  "EL ARMARIO DE CAMILA"
CARMEN RAMOS
Editorial. ARGUVAL. 
MÁLAGA

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